
Artículos Transformadores
El Dualismo Sagrado-Secular:
Cómo el dualismo debilitó la misión de la Iglesia
La iglesia cristiana atraviesa una profunda crisis de propósito. En lugar de presentar una cosmovisión bíblica robusta capaz de confrontar el empobrecimiento producido por paradigmas como el animismo y el secularismo, ha optado en gran medida por retirarse de la vida pública. Ha dejado la cultura y el mercado en manos de otros, abdicando así su rol transformador. Esta retirada no ha sido meramente estratégica, sino el resultado de una profunda distorsión teológica: la adopción de una cosmovisión dualista que divide la realidad en dos reinos: el espiritual, considerado santo y elevado, y el físico, visto como profano e inferior.
Este dualismo ha adoptado formas concretas en el pensamiento cristiano contemporáneo, especialmente en la comprensión del trabajo y la vocación. La primera manifestación es la idea de una “vocación superior”. En esta lógica, lo ideal para el cristiano es abandonar cualquier trabajo secular e ingresar al “ministerio a tiempo completo”. Pastores, evangelistas, misioneros y teólogos son considerados los verdaderos siervos de Dios, mientras que profesiones como la contabilidad, la carpintería, las artes, la agricultura o incluso las tareas domésticas son vistas como menos espirituales. Quienes no se involucran directamente en el ministerio suelen sentir que su trabajo carece de valor eterno o espiritual.
La segunda expresión del dualismo es la percepción del lugar de trabajo como simple campo de alcance espiritual. Si un cristiano no puede dedicarse a tiempo completo al ministerio, entonces se le insta a “evangelizar” en su entorno laboral mediante estudios bíblicos o reuniones de oración, como una forma de justificar su permanencia en el mundo secular. Pero este intento, aunque bien intencionado, sigue operando dentro de la misma dicotomía: lo espiritual es lo superior, y lo físico o cotidiano solo tiene valor si es vehículo para actividades espirituales explícitas.
El impacto de este pensamiento ha sido devastador. Ha reducido a las personas a sombras de lo que Dios diseñó, ha desvinculado a la Iglesia de la cultura, ha mantenido comunidades sumidas en la pobreza y ha dejado a las naciones sin una guía moral. Aunque el número de iglesias y creyentes ha crecido enormemente en las últimas décadas —con movimientos exitosos de evangelización, plantación de iglesias y surgimiento de megaiglesias—, ese crecimiento no ha logrado transformar las estructuras sociales, económicas ni culturales de las naciones. La pobreza material persiste en regiones profundamente evangelizadas, mientras que el Occidente, antes cristiano, sufre de una creciente pobreza moral y espiritual.
En muchos contextos, el crecimiento de la Iglesia es superficial: una milla de ancho y una pulgada de profundidad. Ha olvidado su llamado a ser sal y luz. Su voz profética se ha silenciado, su presencia en el mercado y en la vida cotidiana se ha desvanecido. En su olvido, la Iglesia ha perdido su poder transformador.
Sin embargo, estamos en un momento de oportunidad. El colapso del comunismo y la crisis del materialismo en Occidente han dejado un vacío espiritual. La humanidad clama por un cristianismo auténtico, que no solo prometa salvación eterna, sino que también dé respuestas concretas a las crisis morales, sociales, económicas y políticas del presente.
La razón de nuestra ineficacia es clara: la vida y el trabajo del cristiano se han desconectado de la cosmovisión bíblica. Sin una visión trascendente que unifique todas las áreas de la vida bajo el señorío de Cristo, la misión de la Iglesia se reduce a salvar almas para el cielo, pero olvida discipular naciones en la tierra. El propósito de la vida cristiana ha sido fragmentado. La adoración, el servicio al prójimo y la mayordomía de la creación deben ser reintegrados como expresiones coherentes de una sola misión: manifestar el Reino de Dios en todas las esferas.
La Iglesia necesita recuperar la cosmovisión bíblica integral que ve toda la vida —el trabajo, la cultura, y cada esfera de la sociedad— como terreno sagrado para la acción redentora de Dios. No hay un centímetro cuadrado en toda la existencia que no le pertenezca a Cristo. Redescubrir esta verdad implica discipular no solo individuos, sino estructuras, vocaciones y naciones enteras. Solo así la Iglesia podrá volver a ser relevante, sal y luz, instrumento del Reino en medio de un mundo que gime por redención.
* Artículo inspirado en el blog en inglés de Darrow Miller: "Darrow y sus amigos"